jueves, 19 de mayo de 2011

Habla el detenido por la bengala: "No sé si merezco perdón"

Iván Fontán, el presunto responsable de la muerte de Miguel Ramírez, decidió romper el silencio ante una revista con una carta manuscrita
Iván Fontán, el acusado de arrojar la bengala naval que acabó con la vida de Miguel Ramírez en el último show de La Renga, el 30 de abril pasado en el autódromo de La Plata, decidió romper el silencio desde su encierro en la DDI de La Plata y contar su verdad ante Rolling Stone. Lo hizo a través de una carta manuscrita -en respuesta a unas preguntas enviadas por la revista a través de su abogado- en la que explica por qué tiró la pirotecnia, cómo vivió el show fatídico y cómo se siente ahora. El testimonio completo formará parte de un informe especial que Rolling Stone está preparando para su edición de junio.
"Llevé la bengala al recital porque la obtuve y nunca había encendido ninguna, pensé que era un lugar abierto muy grande e iba a ser mi oportunidad (aunque sea alejado de la gente, para no molestar a nadie) de, como dice el tema de apertura [del show del 30 de abril] ('Canibalismo Galáctico'), la furia de la bestia Rock quería 'tocar el cosmos', 'sonaron los tambores en mi mente.', y también creo que 'trafiqué un poco de emoción', en ese momento 'dejé de ser yo' para 'hacerme canción!' (La Renga es una banda increíble que no incita a hacer el mal, todo lo contrario, a mí me hizo levantar muchas veces y quise ofrendarle algo)". Así, combinando palabras propias, misticismo rockero y referencias textuales a canciones de La Renga, Fontán explica, desde el encierro, los motivos por los que entró con semejante explosivo, burlando los controles, y lo activó en el comienzo del recital. En ningún momento de la carta hace referencia a los hechos de Cromañón como un antecedente que tuviera en cuenta.
El día del show fatal comenzó muy bien para este joven de 24 años oriundo de Ingeniero White (una localidad de 13 mil habitantes ubicada a siete kilómetros de Bahía Blanca), aunque con el correr de las horas se fue desdibujando: "Llegué justo a ver a [la banda soporte] La Richieri, la escuché atentamente y eso me alcanzaba para irme satisfecho de rock, luego la pasé de primera, los felicité, compartimos la tarde riendo, atestiguamos la tarde con instantáneas junto a 'los Ruteros del Camino' (así nos llama la banda a los seguidores) que venían de Buenos Aires y de algún otro lado junto a un trapo [bandera] que hice el día antes del recital, nos roció una llovizna al ocaso, parecía un momento mágico, hasta que empezó La Renga y bueno, de ahí en adelante se tornó todo más oscuro para mí.".
A partir de ahí, pesó más en su cabeza lo que había hecho con la bengala que lo que pasaba en el escenario. Aunque no sabía que había herido a Miguel Ramírez (y todavía hoy, mientras se investiga la posible existencia de una segunda bengala, su relación con el hecho no está del todo probada), Fontán sí había visto desviarse su bengala de la trayectoria esperada, y caer hacia su izquierda, entre el escenario y las torres de iluminación, donde se dio un tumulto, como declaró ante la Justicia. "Quedé paralizado, jamás pensé que me podía pasar eso, no pude disfrutar del resto del show a la distancia, y me fui a naufragar a la marea del pogo", confiesa. "Me dolía pensar que pude lastimar a cualquier persona del autódromo, incluso a trabajadores, músicos, niños, amigos y por último yo. Cuando me enteré del accidente sentí un profundo vacío, un dolor muy grande y la necesidad de dar la cara, desahogándome de esa manera".
Después del show de La Renga, el domingo 1º de mayo Iván volvió a Ingeniero White junto a dos amigos, en su auto. Todo se aceleró aquella semana, cuando la salud de Ramírez empeoró y entró en una espiral descendente de la que ya no volvió, hasta que murió el 9 de mayo a causa de las heridas, quemaduras e infecciones que le había provocado la bengala. Enterado de la muerte, Fontán se comunicó con un amigo músico, que toca en la banda La Richieri, para contarle que temía que su bengala fallida hubiera matado a Miguel. Después de la charla, los dos amigos continuaron la comunicación a través de mensajes de texto, en una serie que se extendió desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana.
"Me contacté [con los de La Richieri] para ver si ellos que estaban más cerca sabían algo más de Miguel", explica Fontán. Al día siguiente, un abogado de la productora El Chacal, responsable del armado del recital, se presentó ante la Justicia con fotografías del celular que había recibido los mensajes de texto autoincriminatorios del Iván. Un día después de la muerte de Ramírez, Fontán fue detenido, al caer la noche. No había podido comunicarse con la familia de la víctima, como fantaseaba. Y ahora, desde el calabozo, repasa esa intención: "Para este tipo de casos no hay palabras de consuelo ni tampoco sé si merezco perdón, al momento de querer llamar pensé más en brindar cualquier tipo de ayuda para su recuperación, lo que fuere que estuviese a mi alcance. En la desesperación era capaz de cualquier cosa".
De terminar de confirmarse la relación de Iván Fontán con la muerte de Miguel Ramírez, su abogado, Gustavo Avellaneda, piensa encuadrar el hecho bajo la figura de "homicidio culposo". "Llámalo estupidez, ponele cualquier adjetivo, pero todo eso de lo que la gente habla tiene que ver con el homicidio culposo", asegura. "En la cabeza de Iván no hay dolo eventual: jamás se representó que la bengala no funcionara. El quería ser parte de esa celebración y de ese ritual. Evidentemente, el inicio de un recital de La Renga tiene una carga importante y por eso eligió ese momento para dispararla". El abogado resalta que el acusado se haya hecho cargo de la posibilidad de ser el autor y explica que la teoría de la segunda bengala surge de una contradicción en la declaración del testigo Leonardo Garay: "Como defensor, no puedo dejarla pasar y debe ser investigada".
Para el abogado, la responsabilidad de la muerte de Ramírez no debería recaer sólo sobre el que lanzó la bengala: "Iván conoce el rito, sabe cómo es un recital, y se sentía absolutamente partícipe. Lo que llevó, una bengala, fue parte de ese rito. ¿Violando una normativa? Sí, estamos de acuerdo. ¿Disparándola? También. Pero haber pasado una bengala violando un cacheo no tiene nada que ver con el dolo eventual, sobre todo cuando está casi permitido por quienes organizan el recital y hasta por la banda misma, si se quiere. Iván no recurrió a ningún truco de James Bond para entrar una bengala. Simplemente, no hubo cacheos importantes".
Fontán es un pibe querido en Ingeniero White: así lo muestran las dos manifestaciones espontáneas que se armaron en su favor ("No tengo palabras para agradecerle a toda la gente por su aguante y su apoyo incondicional, esa gente es increíble, siento que desde allá me hacen llegar sus fuerzas y su paz, y me ayudan a sobrellevar este momento", dice). Muchos lo conocen por sus dibujos, sus esculturas y sus poesías. Cursó durante pocos meses la carrera de Letras y luego la de Artes Visuales, pero dejó ambas. Dice ser un buen lector: en estos días de encierro está leyendo El hombre en busca de sentido, del psiquiatra Víctor Frankl, y también tiene a mano El símbolo perdido, de Dan Brown. Su padre, que falleció hace menos de un año, es el que le transmitió la pasión por el rock, dejándole una colección grande vinilos y un tocadiscos. Hasta este episodio, Iván Fontán también había heredado de su padre el trabajo en la fábrica aceitera ex Oleaginosas Moreno, ahora Glencore.

Por Javier Sinay (revista Rolling Stone)
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