Por más que haya gente que intenten negarlo, Carlos Gardel era humano. Nació como cualquier mortal un 11 de diciembre (por eso, y porque ese día también nació Julio De Caro, se celebra el Día del Tango) y murió el 24 de junio de 1935. Era el mejor en lo suyo, tenía la pinta que sólo un Gardel podía tener y cada día cantaba mejor, porque (todavía) cada día canta mejor. Pero era humano, aunque algunos sigan discutiendo acerca del lugar de su nacimiento y de las causas del accidente que se llevó su vida para convertirlo en inmortal.
Hoy hubiera sido una de esas tantas víctimas de accidentes de tránsito. Por culpa de la irresponsabilidad de esos apurados que andan por la banquina de la ruta; por culpa de esos peatones que provocan frenadas de emergencia cuando bajan de la vereda para asomarse a la avenida y cruzar por donde no se debe; por culpa de un árbol de ramas crecidas que no deja ver carteles de tránsito o las luces de un semáforo. O por un agente de tránsito distraído que sube y baja los brazos ante el pelotón de autos que se le aproxima desde distintas esquinas. Eso fue lo que le pasó a aquel banderillero que subía y bajaba sus brazos (en una mano la bandera roja, en la otra una a cuadros, amarilla y azul), cuando observaba a esos dos aviones que se le venían encima, aquel trágico 24 de junio de 1935, en el aeródromo de Medellín.
En el barrio de Once, lejos de Colombia pero muy cerca de la vida y la obra de Gardel, porque es un especialista en el tema, Luis Feldman sigue obsesionado con el asunto. Está sentado en un escritorio de la editora de video Beverly Hills, que creó con su esposa Matilde. Ahí tiene un amplísimo catálogo de películas del Zorzal Criollo y del "cine de oro argentino" en general.
Feldman dice que se interesó especialmente en el tema tras leer ese completo informe, detallado y minucioso, publicado el 23 de junio de 2002, en LA NACION, con el título "Cómo fue el final de Carlos Gardel", elaborado por el entonces Jefe del Departamento de Previsión e Investigación de Accidentes de la Fuerza Aérea, comodoro Luis Eduardo Ortiz.
De ahí llegó al libro Punto final , publicado por Carlos Bueno Correa, en Colombia, en 1985, con los testimonios de los testigos.
Feldman aprueba la idea de tres responsables, los dos pilotos de los aviones que chocaron y, en menor medida, el banderillero. Insiste con una vegetación crecida que dificultaba la visión y descarta todas esas absurdas teorías sobre disparos de armas de fuego dentro del avión que transportaba a Gardel y las demenciales disputas entre los pilotos de las aeronaves.
El choque -hay que tener en cuenta que la aeronavegación no era tan desarrollada como ahora- tuvo bastante de esas irresponsabilidades que se ven habitualmente en la vía pública.
Hubo dos aviones involucrados. El F-31 de la empresa SACO que llevaba a Gardel y su comitiva carreteaba la pista de Sur a Norte cuando se produjo el choque. La pista era ancha y al piloto, Ernesto Samper Mendoza, no le gustaba carretear por el centro porque decía que el mejorado que le habían hecho no era bueno. Ese día decidió hacer el despegue carreteando por el borde derecho de la pista (una especie colectora o de carril paralelo). El otro, denominado Manizales, de la empresa Scadta, comandado por Hans Ulrich Thom, se acercó a la pista para esperar su turno de despegue. De las declaraciones de los testigos ante la justicia colombiana, que durante un tiempo permanecieron en secreto de sumario, es posible suponer que un abundante sembrado de caña de maíz obstaculizara la visión de Thom. Por ese motivo el piloto habría adelantado unos quince metros la aeronave para observar la ubicación del F-31, sin sospechar que el otro piloto preferiría hacer el despegue por el borde de la pista y no por el centro, según era lo habitual.
Algunos peritajes indican que el viento y el peso que llevaba (muy cerca del límite permitido) no le permitieron al F-31 levantar vuelo fácilmente y evitar la tragedia. También se dijo que la aeronave se habría desviado y provocado el choque. Sin embargo, según el testimonio del banderillero, eso no fue cierto.
Antonio Arango declaró: "Ernesto Samper [...] colocó el avión no en la pista central, sino en la lateral oriental, que llamamos pista blanda o de emergencia. [...] El avión Manizales invadió la ruta que traía al F-31, interceptándola, por cuyo motivo me di cuenta del peligro. Pero como se ve que el F-31 venía levantándose del suelo pensé que podría elevarse lo suficiente para pasar por encima del otro. Sin embargo se produjo el choque. [...] Yo no observé que el F-31 se desviara a ninguno de los lados de la ruta que tomó desde el principio", dice en el folio 41 del primer cuaderno de los testimonios.
Se supone que las piedras blancas colocadas por la noche para marcar el recorrido no indicaban la trayectoria verdadera, sino una oscura maniobra para culpar sólo al piloto del avión que transportaba a Gardel. ¿Otro misterio que tapará la verdad?
Mauro Apicellafuente
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