lunes, 30 de noviembre de 2009

Morcy Requena habla de la reedición de un legendario disco del Rock Nacional



En el ’96, se reeditó por primera vez el primer álbum de La Cofradía de la Flor Solar en CD. Ahora, en 2009, ese material ha vuelto a ser editado, por Sony Music, con una entrevista de Alfredo Rosso al bajista, cantante, compositor y miembro fundador de la banda, Morcy Requena.

También viene con un plus: una serie de “bonus tracks” , más el arte de tapa interna con el dibujo original del Mono Cohen (Rocambole) que apareció como joyita en la edición de vinilo de dicho álbum, allá por el ‘69. Por iniciativa de Sony, este álbum legendario del rock nacional, “La Cofradía de la Flor Solar” regresa remasterizado para sumar a la colección.

El líder de la banda fundacional del rock argentino, Morcy Requena (radicado en Mendoza), cuenta cómo aquellos años de experiencia beat, comunidad hippie y represión laten en la reedición de “La Cofradía de la Flor Solar” (1971)
Trago, quitada de gafas, los iris verdes de Morcy clavados en la película del 70 y rebobinaje a plena luz, en el Liverpool bar. El viaje empieza sin humo: "Nosotros estábamos donde estaba la acción”, arranca.

Hay que decir que pocas bandas fueron tan oportunas para los orígenes del rock nacional como la Cofradía. Que su enlace con Miguel Grinberg, Rocambole, la Negra Poli y Skay Beilinson la embarcaron en una alfombra mágica sobre el paisaje hippie setentero.

Una historia con una casa de fiestas inolvidables, recitales bonaerenses y mucho rock'n'roll, que se pinchó en los años duros con el secuestro de uno de los cofrades, Morcy Requena. Y un disco que quedó girando en falso, luego de su éxodo a El Bolsón, a Brasil y finalmente a Londres.

“Pero nada de esto pudo terminar con la Cofradía”, dice Morcy tres décadas después, revolviendo el cafecito en este Liverpool de acá. Y bien, salvando el kilometraje, a escala con los Beatles, Morcy tiene en la mesita un álbum recién remasterizado (por Sony) con las canciones históricas que grabó en esos días florales en que su banda enterraba las semillas argentas del rock.

Entonces, revolvamos la historia despacito, sin edulcorante. Y que se ponga densa: "también hubo de eso... salir encañonado, subirte al móvil y tener que irte, dejando a los amigos, la casa, y partir con lo puesto". De modo que el bajista Requena pone play, dice que todo este asunto del secuestro está bien explicado en el libro “No toquen” de Darío Marchini y pide doble agua para poner la charla en modo déjà vu.

Vivir para contarlo

Para los primeros años de la década del '60, los adolescentes entrerrianos Kubero, Morcy y Manija, que habían despertado con los Beatles en su natal Nogoyá (con ese yeah, yeah, yeah de cuatro chicos epilépticos de Liverpool, eso que no dejaba de sonar en el ambiente), decidieron lanzarse a tocar en los polis, las plazas y los festivales del Paraná.

Antes de terminar la secundaria, contaban giras litoraleñas y fans nativas que bailaban ante el más mínimo suspiro beat, traducido por ellos mismos en un español híper libre. "No sabíamos qué significaban las letras, así que las adaptábamos así nomás", rememora el bajista. Tan desenfadado como inocente, el dato recae en el nombre: "creíamos que ‘beatles’ significaba grillos, en vez de escarabajos, por eso nos bautizamos de entrada". Como sea, el bicho nocturno iba bien con el swinging entrerriano.

Al tiempo, los Grillos cuelgan el traje, se mudan a La Plata y se ponen a vivir una década al límite. "Un maravilloso presente", recuerda Morcy autobiográfico, "donde todos nos retroalimentábamos del arte, la calle, la pintura, el periodismo, las zapadas".

-¿Y cuál era, entonces, la movida?

-Nada, todavía nada. Apenas arrancaba Almendra, Manal y Arco Iris. Y Charly, Nebbia, León, todavía eran pendejitos.

La mudanza, pues, los colocó como pioneros del agite: fueron "algo más que una banda de música”, crearon toda una comunidad flotante, que incluía al Mono Cohen, al Negro Hugo Pascua, a Candy, a la Negra Poli, al futuro redondo Skay.

Es fácil imaginar que la Cofradía era un corazón y un permanente circular de gente, algo que se tildó de 'jipi', más por importación del norte que por parentesco. Y si bien confluía una suerte de zeitgeist (poli amor, libertad, antifachismo) Morcy consiente "que la Cofradía buscaba nutrirse de la calle, salir a tocar, traduciendo experiencias con arte". Un cogollo genuino que "no tiene nada que ver con lo que hoy es el rock: pura vip, pura pose".

-¿Por qué remasterizar estas canciones?

-Sony viene haciendo esto: rastrear los orígenes y reeditarlos. Pasó con Pedro y Pablo, con El Reloj y con otras primeras bandas. Porque la Cofradía es eso, el origen del origen del rock en Argentina. Y hay un antes y un después. Por eso.

Y lo que no dice: "porque Los Cofrades participaron del primer festival BArock donde la gente le devolvió euforia, porque los produjo Billy Bond y los grabó Microfón, porque por "La Cofradía" pasaron también los hermanos Moura, Alejandro Medina (Manal) y el violinista Jorge Pinchesky.

“Éste soy yo”, señala, apuntando a un melenudo con galera. “Es una versión de un grabado de Brueghel hecha por Rocambole”, explica Morcy del arte de tapa interno, “es un díptico: aquí estamos los flacos y allá los gordos, de un lado los roqueros pobres y rotosos, y del otro la abundancia, la gula. Y ese gordo que trata de meterse con nosotros es Billy Bond, unos kilos que nos vienen a traer prosperidad”.

La Cofradía se desbanda en 1972. “Nos cajonearon el disco por cuestiones de mercado, dos años, porque a la par lanzaron Manal. Además vivíamos en persecución”. Músicos, livianos, se quedaron un tiempo junto a Miguel Cantilo, fueron al sur, a Buzios y, de vuelta, durmieron un par de noches en la terraza de Piero.

Crónicas de un superviviente, aleteando entre las vibraciones contemporáneas. “En Londres estuvimos viendo a Led Zeppelin, The Police, nos encontramos con Miguel Abuelo y salimos como ‘La Cofradía de la Nada’. Y con Miguel Cantilo, formamos parte de Punch”. En ambas orillas de la psicodelia, y en su contraste, tuvieron un regreso tranquilo.

-¿Volver, ahora?

-Sí, estamos. Cada tanto nos juntamos en escenarios de Buenos Aires. Hemos tocado con Pappo, un amigo. Y con Skay. Aunque ya no está Manija, claro.

Al lado de la tacita, está la reciente remasterización de “La Cofradía...”. Talismán rescatado de ese hábitat mágica de reuniones culturales y composición enérgica, hasta que en plena crisis política entró el caño policial y arrastró los pelos largos.

¿Quién desapareció del todo? “El Negro Julio, que era amigo de Tanguito, a él no lo vimos más”.

Y mientras, desmigaja los placeres y las aventuras de esa música que sigue ondeando bajo la superficie, sin hits. Y si el track que abre el cd se llama “La luciérnaga”, es más por cuelgue litoraleño que por naif. Desde “La Mufa” hasta “Rock alrededor del país”, las auténticas memorias de un insomne.

Pero Morcy no se quedó colgado en su santuario personal: “Llegué a Mendoza en el '83 y me convertí en curador de una galería -Praxis- porque me gusta mucho la pintura. Después fundé el sello y desde hace años edito música regional, desde Palorma hasta Los Alfajores y Parió la Choca”.

Claro, reconstruir una vida lejos de los mitos y las leyendas. Aquí rearmó la Cofradía y editó dos discos más.

-Entonces, no hay mufa...

Morcy, claro, lo explica desde la canción: “La mufa existe desde que nacés y ya en la cunita te retuercen los cachetes y te dicen ¡qué bonito!; ahí ya empezás a mufarte”.

Pero la banda sonora de este desandar décadas podría ser “Juana”: “Era una mujer un poco loca que vivía en Nogoyá, y salía a la calle con un sombrerito lleno de flores. Pasaba por la ciudad y la gente saludaba y le pedía que bailara. Y Juana bailaba... Y sabía unas cuantas resfalozas, de la época de Rosas. Canciones populares que se llamaban así porque se bailaban sobre la sangre de los muertos. Mientras crecíamos, Juana fue un personaje de nuestro folclore. Manija Paz un día le hizo esta letra tan linda y Kubero le puso música. Y al final hay un silbido, porque no teníamos sintetizadores...”


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