Es falso que, llegado el umbral de la jubilación, solo resten los paseos al sol, los buffés baratos de invierno en hoteles del Mediterráneo y la oscura amenaza del copago sanitario. The Stranglers demuestran que hay vida más allá del Inserso. Con 60 años bien cumplidos e incluso sobrepasados, los miembros del famoso cuarteto precursor del punk vuelven a editar un disco, 'Giants', y a embarcarse en una extensa gira por Gran Bretaña, Francia, Suiza y varias capitales centroeuropeas. Todavía no hay fecha en España para una visita de la primera banda británica de punk que actuó en este país, allá por 1978 en Barcelona y Madrid. Pero ya se andará, que la crisis nos vuelve a todos muy punkies.
Días, pues, de volver a sacar el dedo en actitud desafiante, y sin sindicatos de por medio. Y de asistir a un fenómeno de la naturaleza que deja a la Viagra a la altura del caramelo balsámico: seis años después de 'Suite XVI', The Stranglers suenan otra vez. Es la última formación superviviente de la escena punk de las islas y merece recordar en cada golpe de baqueta de 'Giants' que el tipo que las mueve tiene nada menos que 74 años. Jet Black. Batería. Aunque es posible que no haga el tour completo, pues una infección bacteriana le apartó a principios de este mes de varios bolos, en los que fue reemplazado por un percusionista de apoyo. En cualquier caso, más allá de las arrugas y la alopecia, pocas cosas han cambiado en los 'estranguladores'. Aunque ya no visten camisetas con lemas pendencieros ni insultan a las primeras filas del público, cosa que a finales de los 70 era muy gustoso de ver, su actitud provocadora no ha variado. Baste un ejemplo: la promoción de 'Giants' se apoya en un vídeo donde los cuatro músicos aparecen ahorcados de la barra de un columpio mientras una niña balancea sus cuerpos. Un humor peculiar y parecido al que usaban cuando sacaban al escenario a bailarinas en 'top less' solo para soliviantar a los grupos feministas y que les arrojaran todo tipo de objetos o cuando el bajista Jean Jacques Burel le partió la cara al periodista John Savage por negarse a entrevistarle con motivo de la salida al mercado de 'No more heroes'. Disco con el que, siempre haciendo amigos, The Stranglers respondía al 'Heroes' de David Bowie.
Pero al mismo tiempo que conservan su ácida ironía, sus canciones también perpetúan la sofisticación melódica. El grupo ha sabido combinar históricamente diferentes estilos (rock, pop, soul new wave, jazz) y destaca de todos sus coetáneos por tratarse, precisamente, de los más profesionales escapistas del raca-raca primigenio. The Stranglers siempre han sido unos 'outsiders'. Surgieron en 1974, un año antes que los Sex Pistols y dos por delante de The Clash o The Damned. Sin embargo, son estos últimos los que, oficialmente, están considerados como los iniciadores del punk en Gran Bretaña, mientras nuestros entrañables 'estranguladores' quedan en un espacio más difuso, como artífices del proto-punk o una suerte de punk-rock garajero, aun siendo los que primero y mejor se partieron la cara con una sociedad que vinculaba este movimiento con problemas y delincuencia. El cuarteto, todo hay que decirlo, hacía sus méritos: arrestos, fiestas nocturnas en Londres con Chrissie Hynde y Joe Strummer y temerarios desplazamientos por carretera de Jet Black a bordo de su camioneta de vendedor de helados, que era a lo que se dedicaba hasta que, después de su primer disco, 'Rattus Norvegicus' (denominación científica de la rata común), los éxitos le permitieron tirar los cucuruchos por la ventanilla.
La razón de su aparente desubicación no es otra que entre los cuatro componentes de The Stranglers (los mencionados Burnel y Jet Black, más el teclista Dave Greenfield y el cantante y guitarrista Hugh Cornwell, que más tarde dejó ese puesto ocupado ahora por Baz Warne) y el resto de formaciones de su género había un desfase generacional mayor que el de la familia Alcántara. Cornwell, por ejemplo, tenía siete años más que Johnny Rotten. Y es sabido que el punk no perdona lo viejuno. También es conocido que los Clash aprendían a tocar sus instrumentos mientras grababan discos o daban conciertos. Sobre la marcha. En cambio, los 'estranguladores' tenían una experiencia instrumental previa, componían letras complejas, o directamente sonadas, sobre ingeniería genética y política iraní y sabían crear melodías cuando el repertorio de los demás grupos se apoyaba en tres acordes y letras de apabullante sencillez. El desfase se acentuaba aún más cuando su música se comparaba con el punk americano, mucho más lineal que la rabia obrerista del punk británico. Lo cual no es óbice para que fueran grandes colegas de los Ramones y sus introductores en el Reino Unido.
Por si eso fuera poco, el cuarteto recuperó los teclados para pasmo general de un gremio que jugaba únicamente las bazas de la guitarra (distorsionada), el bajo y la batería. Punto pelota. Jean Jacques Burnel y Dave Greenfield crearon un sonido absolutamente renovado, basado en una hipnótica y contundente pulsión de bajo y en unos desarrollos de sintetizador que podría descolgar los aros de las orejas a los más puretas. Esa sofisticación y los frecuentes cambios de sentido de la música hicieron a The Stranglers especiales y su magia puede apreciarse ahora en 'Giants', donde se demuestra que el tiempo no ha pasado desde 'The Raven' o 'Feline'. O de cuando se empeñaron en utilizar el clavicordio para grabar 'Golden Brown', canción de 1981 y símbolo del grupo, por encima incluso de 'European Femmale' o 'Peaches'. 'Golden Brown'. Punk, sexo y drogas. Ahora, en cambio, mejor unas vitaminas y a la cama pronto.
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